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Hasta ahora, la exigente legislación europea en cuestiones de seguridad había frenado esa avalancha, al igual que unos estándares de calidad que no estaban a la altura y los elevados costes de importación, que hacían que el precio no resultase tan rentable. Pero ahora, la barrera legislativa sobre emisiones se comporta exactamente al revés, como un rival dentro de las propias filas. El llamado protocolo CAFE impone cuantiosas multas a los térmicos mientras bonifica a los eléctricos.