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Mientras que difícilmente ya nadie puede ignorar el impacto climático y ambiental del transporte, la deforestación u otras actividades, en cambio no parece existir la misma insistencia en explicar que las tecnologías digitales también tienen una seria huella de carbono, y no solo en la fabricación de los dispositivos o su desechado, sino también en su propio uso.
Lo cierto es que los vehículos eléctricos no están ni mucho menos libres de impacto ambiental. La extracción de materias primas, su fabricación, transporte, la energía necesaria para hacerlos funcionar y la gestión de los residuos al final de su vida útil —incluyendo las baterías, que contienen metales como litio, cobalto, plomo, níquel o cobre—, dejan una huella considerable en forma de contaminación y emisiones. La clave, entonces, sería saber si el ciclo de vida completo resulta ventajoso respecto a los coches convencionales.
Pocos sabían que Rusia y Ucrania conforman dos de los graneros del mundo hasta que estalló la guerra. Sus tierras fértiles alimentan a más de 400 millones de personas. Y el parón de sus exportaciones amenaza con generar una crisis alimentaria global de consecuencias imprevisibles, con muchos importadores sufriendo problemas de abastecimiento y una subida de precios que no tiende a moderarse.