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Mientras que difícilmente ya nadie puede ignorar el impacto climático y ambiental del transporte, la deforestación u otras actividades, en cambio no parece existir la misma insistencia en explicar que las tecnologías digitales también tienen una seria huella de carbono, y no solo en la fabricación de los dispositivos o su desechado, sino también en su propio uso.
Lo cierto es que los vehículos eléctricos no están ni mucho menos libres de impacto ambiental. La extracción de materias primas, su fabricación, transporte, la energía necesaria para hacerlos funcionar y la gestión de los residuos al final de su vida útil —incluyendo las baterías, que contienen metales como litio, cobalto, plomo, níquel o cobre—, dejan una huella considerable en forma de contaminación y emisiones. La clave, entonces, sería saber si el ciclo de vida completo resulta ventajoso respecto a los coches convencionales.
En 1964, el bioquímico y autor de ciencia ficción Isaac Asimov pronosticaba que a comienzos del siglo XXI nuestra nutrición se basaría en comida precocinada. No pudo equivocarse más: en lugar del alejamiento de la naturaleza que Asimov vaticinaba, el nuevo siglo ha traído la tendencia opuesta, la vuelta a lo natural, con el consumo de alimentos orgánicos como uno de sus principales estandartes. Y a pesar de que existe controversia sobre si estos productos son realmente más sanos o nutritivos que los convencionales, algo que nadie negaría es que son más ecológicos. Pero, ¿lo son?
El término ciudad de 15 minutos saltó a las noticias de varios medios de comunicación cuando en enero de 2020 la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, lo recogió en sus propuestas de cara a las elecciones de marzo en las que se jugaba la reelección. La idea detrás de este concepto es que las personas deberían ser capaces de alcanzar todos los lugares relacionados con sus necesidades básicas diarias de trabajo, compras, salud o cultura en un paseo o un trayecto corto de bicicleta, de un máximo de 15 minutos.
El tomar, hacer y desechar debe terminar. A esta conclusión parecen haber llegado diversos organismos internacionales, tales como la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial o la Comisión Europa, que incluyen la evolución hacia una economía circular como una de las piezas clave para lograr un futuro sostenible.
Los antecedentes de la obsolescencia programada se remontan a los años 20 del siglo pasado, cuando el presidente de General Motors, Alfred P. Sloan, ideó una estrategia para competir con el gigante rival, Ford: frente al empeño de Henry Ford de inundar EEUU con su modelo T, progresivamente renovado para que los nuevos clientes accedieran a una versión mejor, Sloan quería que los ya propietarios de un automóvil GM lo cambiaran por el último modelo cuando el anterior aún funcionaba, simplemente por sentir una cierta insatisfacción con los modelos pasados en comparación con el nuevo.
El 11 de diciembre de 2019 supuso un hito para la lucha contra la degradación del medio ambiente en la Unión Europea. La Comisión Europea presentó un plan integral para frenar el avance del cambio climático en diversos ámbitos de actuación interconectados, contemplando algunos objetivos muy ambiciosos, como por ejemplo, la intención de que Europa sea climáticamente neutra en el año 2050.
En este nuevo mundo de los negocios, grandes cantidades de individuos altamente conectados tomarán sus propias decisiones usando información sacada de muchos lugares. De hecho, esta revolución es posible porque las nuevas tecnologías de la información hacen factible ?a una escala sin precedentes en la historia de la humanidad? que muchísimas más personas tengan la información que necesitan para hacer elecciones bien informadas. Pero del mismo modo que el auge de las democracias revirtió una tendencia hacia la centralización de las sociedades que tenía cientos de años de tradición, empezamos a asistir a in