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Tras décadas de desprecio a la industria, de pensar que Europa iba a ser un continente de servicios, nos damos cuenta de la imperiosa necesidad de fabricar. La pandemia nos mostró nuestras carencias. Nos faltaba de todo: textiles avanzados, piezas críticas para uci o chips electrónicos. No basta con saber (ciencia). Hay que saber hacer (tecnología) y hay que hacer aquí (industria).
Con el crecimiento ralentizándose, la demografía deprimida y una balanza comercial muy deficitaria, Tokio quiere incubar nuevas empresas y destinar más dinero estatal a sectores de vanguardia como los semiconductores y las telecomunicaciones de nueva generación. El primer ministro, Fumio Kishida, dice que pondrá la innovación y la investigación científica en el centro de su impulso político. Quizás no debería ser así.