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Los frentes abiertos de la industria del motor se van traduciendo en planes de recorte de empleo y producción. La caída de los resultados y menor demanda, en medio de una transición al eléctrico que genera dudas en el cliente y la regulación, ponen encima de la mesa un problema de sobrecapacidad y la necesidad de ajustar costes para ser competitivo. Europa lo sufre especialmente.