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Del mismo modo que la ciudadanía y las empresas acceden cada vez a más bienes y servicios de forma digital, esa situación debería poder medirse para comprobar hasta qué punto se está transformando la economía española. El Gobierno, a través de la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial y el Instituto Nacional de Estadística (INE) ya se han puesto a ello y han celebrado ya las primeras reuniones para comenzar a diseñar qué metodología es la idónea para cuantificar de la manera más fidedigna el peso que tiene la actividad online en el Producto Interior Bruto (PIB).
Son tantos los factores y variables en juego, que resulta casi imposible predecir lo que va a suceder en la economía, al menos, en el corto plazo. Tras años de dominio absoluto gracias a una industria potente y un mercado laboral que ha funcionado casi a la perfección, la economía de Alemania se enfrenta a la recesión. Por el contrario, los países del sur de Europa, que parecían condenados al estancamiento y al infortunio económico tras la crisis del covid, van a liderar el crecimiento del euro, al menos, hasta 2024.
El dinamismo del sector exterior español está sorprendiendo a los analistas. No solo por el buen comportamiento de la principal industria nacional, el turismo, sino porque las exportaciones de mercancías están alcanzando valores récord y los servicios de alto valor añadido (a empresas, de transporte o financieros, entre otros) están aportando un ‘extra’ al crecimiento económico.
Actualmente, la plantilla de Stellantis Vigo está integrada por 5.700 empleados, una cifra relativamente baja, en comparación con los 7.000 alcanzados en los picos de producción de años atrás; y lejos de los 10.000 que llegó a sumar en los años 2008 y 2009, —cuando la planta batió el récord de producción (530.000 unidades al año)—, una cifra que no se volverá a repetir, debido a la progresiva robotización de los procesos de ensamblaje y, sobre todo, al mayor volumen de producción de vehículos cien por cien eléctricos, que requieren menos mano de obra en las líneas de montaje.
El rastreo digital fue uno de los éxitos efímeros de la pandemia. En España, Radar Covid nació, creció, falló y murió rápido. La idea nunca cuajó por muchos motivos, pero uno que le dio la puntilla fue que, a pesar de todas las promesas de seguridad y privacidad, un error de Google provocaba que los datos se escaparan en móviles Android por un lugar insospechado: los registros de actividad (logs, en inglés) de las apps. Una nueva investigación ha descubierto que por ese agujero se sigue escapando información privada de los usuarios de Android, a la que tienen acceso más empresas de las que deberían.
Las caídas son de una magnitud, explican los expertos, solo comparable a las registradas durante la pandemia, pero se están produciendo en un contexto completamente diferente. Entonces la demanda eléctrica se recuperó según lo hacía la actividad económica, ahora, el consumo está cayendo a pesar de que la economía ha mantenido un destacado crecimiento. Estamos en un nuevo escenario.